La escalera claustral es uno de los espacios más espectaculares del palacio. Está presidida por la escultura de Santiago Matamoros, patrono de la Caballería. Nace en el patio y arranca de dos columnas jónicas coronadas por figuras humanas y monstruosas. Forman parte de una decoración de yeso que se desarrolla a lo largo del pretil hasta la galería superior.
El antepecho de la escalera está decorado con candelabros de grutescos y en las enjutas de los arcos se pueden encontrar escenas mitológicas como la lucha de Hércules y Anteo. Pero lo más notable, y una de las piezas estelares del palacio, es la espectacular techumbre de la cúpula. Es un magnífica obra en madera de pino, probablamente proviniente de los valles aragoneses de Ansó y Hecho. Es obra del fustero Bernat Giner.
El encargo se le hizo para que fuera a semejanza del Palacio de Coloma, que ha desaparecido. Es un trabajo único y excepcional porque aún se pudo contar con los mejores artesanos moriscos. Cuando se realizó, aún no había acontecido la revuelta de las Alpujarras con las consecuencias de exclusión y repulsa social hacia esa población.
Está rodeada por una galería cuya única función es escenográfica. Es un corredor abierto que se inspira en la cubierta de la Sala Dorada o Salón del Trono del Palacio de la Aljafería. Bernat Giner consiguió en esta obra una armonía perfecta con la combinación de motivos de tradición mudéjar y renacentistas. Entre los mudéjares se pueden contemplar los mocárabes, las estrellas o las lacerías. Entre los renacentistas; los casetones octogonales, los medallones y los grutescos.
La composición se logra a base de entrelazos mezclados con estilizaciones vegetales, rosetas y ocho tondos con bustos, culminando en el centro con una estrella de ocho puntas de la que pende un gran mocárabe. La cúpula está sustentada por una galería de arquillos de medio punto y balaustres torneados, situada sobre un tambor octogonal a modo de cimborrio compuesto por una cornisa volada y un friso decorativo con bandas de diminutos modillones, grutescos y roleos vegetales, ovas y dardos.
Esta obra fue uno de los principales motivos de que en 1931, en plena Segunda República, la Casa-Palacio Donlope fuera declarada Monumento Nacional.
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